sábado, 20 de febrero de 2010

Cuento largo y viejo y sin historia


Nada

“el no más nada todo
el puro no
sin no”

O. Girondo


Nada estuvo bien, el plan era una película y unas pizzas para rellenar la espera; pero nada había estado bien. Sin mencionar que las pizzas salieron riquísimas pero que no podía disfrutar bocado, creo que fue la primera vez en mi vida que no saboreaba como se merecía una pizza con palmitos y salsa golf.

Pero nada estuvo bien, ni siquiera la música de la radio que de un momento a otro se paró no supimos si por interferencia o por algo fuera del nuestro alcance técnico.

La película no estaba o si, pero las entradas agotadas, el Shopping un delirio como siempre, y yo casi muda como de costumbre en esas circunstancias. Dijeron que nos largáramos como buitres empedernidos a otro cine de por ahí cerca y a mi me daba lo mismo cualquier cosa. Había dos formas, o salir corriendo lánguida y depravada o tirar ese ser secto selecto y amorfo a la alfombra y romperle la cara con una palabra sangrienta; no elegí ninguna. El sexo sin mirarnos hubiera estado mejor, aunque tampoco hubiera accedido.

Como nada estaba bien, el otro cine fue solamente una excusa para caminar bastantes cuadras más y de paso cagarnos de frío mientras pensaba que estaría bueno salir, hablar, tomar, o fumar, cualquier variante, la que sea, menos estar ahí entre la aberración de su huida, la incapacidad dialogal y sus ojos, que hoy en día ni siquiera me excitaban. Cinco escandalosas cuadras de ida y como veinticinco de vuelta, siempre atrás o adelante, era lógico un juego; el Patio Olmos y mucha gente, sobre todo eso, mucha gente, para nada, de bulto, de bulla (como decían hace mucho); lo pasamos de largo.

Sexionary: el juego mentiroso que asistió la noche, dos amigas, su hermana, la amiga de su hermana, y mi mejor amiga (su otra hermana), todo eso junto me dio miedo. Quise salir corriendo pero hasta ese momento no tuve el valor. La gente de Portisehad asistió mi desazón, cuando ves que te miran o te piensan y no te queda más que reírte sola, y el resto escuchaba reguetón, nada más se podría esperar. Por eso nada estuvo bien, porque el reguetón te quema las neuronas y la gente no sabe entender.

Es cierto el Fernet me pone sensible o pelotuda y ese melancón que te oscurece, te pone del color del Fernet; para esa altura ya me invaden movimientos torpes, y solamente quiero escribir, a esas cosas otra manera no le encontraba todavía.

“Es una mentira” pensé, pero se veía tan tangible e invariante que creo que nadie se enamoraría de una cosa así.

Nada, nada había estado bien desde ese día que decidí no jugar más a las escondidas (que suenan muy lúdicas y frenéticas), que le pifié a la forma y probablemente a las ganas, pero que corrí con constancia a la complementación de una ocurrencia. “me vas a pagar el taxi a tu casa todos los días” decía mi amiga, su hermana y ni siquiera me dolió el bolsillo. Cruel… Pero simpático dijo el quiosquero que se bancó la historia porque me veía mal, pobre no sé si se notició que estaba ebria, o al menos sacada de quicio.

El resto fue una extirpe de las que pocos conocemos, ¿cómo me iba a arrancar ese malentendido del fondo?, por ahora escribiendo poesía, sobre gotas y otros noes, con Oliverio y otro tantos. Había que salir de la plazoleta y tirarle con las hamacas en la cabeza, porque hablando ya la gente no se entiende o no se escucha.

MFL

1 comentario:

  1. el final me quedó sonando en la cabeza. Como esas canciones pegadizas.

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